Eran días en que los buitres visitaban la ciudad. Se atiborraban los corazones de sus habitantes con sentimientos que los dividían, los forjaban a pelear y se preocupaban por cualquier cosa.
La llegada de los buitres parecía que aventaba aires cleptómanos de la paz, aquella que había morado en el interior de la hermosa ciudad.
En cierta jornada, uno de los buitres mayores, convencido de desafiar al rey, con aleteos parecidos a llamaradas de fuego, se presentó ante la puerta que autorizaba al palacio del reino.
El rey lo recibió con el ritual acogedor que se ofrecía a cada visitante, entonces encontrándose ya con él, el ave rapaz
intentó envolverlo entre sus alas, sin darse cuenta el buitre que el rey estaba sellado por un ejército de águilas, quienes guiadas por los latidos del corazón del rey, desplegaron de sus poderosas alas antídotos de valentía, sabiduría, compasión y autoridad.
Tal fue la convicción en el resonar de las entrañas del rey y la escucha atenta de aquellas águilas, que el buitre sintió mucho temor, y tanto él, como otros buitres que merodeaban la ciudad la abandonaron de inmediato y en silencio.
Al día siguiente, muy temprano, el rey pidió a sus siervos que congregaran en la plaza llamada “Estrella de la mañana”, a los habitantes del reino, con palabras llenas de ternura les advirtió que de continuo la ciudad sería visitada por dos tipos de aves: unas eran las águilas, ellas anunciarían la verdad; las reconocerían porque les mirarían a los ojos, desempeñarían su misión en plena luz del día, propiciarían la paz y el contento. Traerían semillas en sus picos que darían frutos por largo tiempo.
Los buitres, en cambio, los visitarían para enredarlos en sus trampas, los reconocerían por su mirar vacilante, les entregarían cartas en medio de la oscuridad, tratarían de turbarles y de dividirles en la convivencia cotidiana. Transportarían, también, semillas en sus picos, pero su fruto solo se cosecharía por muy corto tiempo. Finalizando, agregó el rey: los primeros hablarán en mi nombre, los segundos en nombre del orgullo y de la vanidad. Ustedes, vivan en el reino, libres de desasosiegos. Cada uno vaya a lo suyo, sin mirar atrás.
¿De qué valores nos habla este cuento?
La escucha: es la capacidad más que de oír de prestar atención. La escucha puede guiarnos y protegernos de daños, ayudarnos a ser fiel a nosotros mismos y a quienes nos aman y quieren lo mejor para nuestra vida.
La unión: Es la capacidad de conjunción o asociación, de dos o más cosas, en una sola. La unión puede conducirnos a emprender proyectos en pro del bien común y de la dignidad de las personas.
La obediencia: es la capacidad de hacer lo que otro manda, es someterse a una fuerza o impulso. La obediencia cuando proviene de medios sanos y no se impone ni a ciegas ni por autoritarismo, coopera con el orden, el respeto y la armonía.
Autor: Marielisa Pacheco Montilla, Enero 2021.
No hay comentarios:
Publicar un comentario