Entonces Pedro le dijo a Jesús: “Maestro, ¡qué a gusto estamos aquí! Hagamos tres chozas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías”. En realidad no sabía lo que decía, porque estaban asustados.
Se formó entonces una nube, que los cubrió con su sombra, y de esta nube salió una voz que decía: “Éste es mi Hijo amado; escúchenlo”.
En ese momento miraron alrededor y no vieron a nadie sino a Jesús, que estaba solo con ellos.
Cuando bajaban de la montaña, Jesús les mandó que no contaran a nadie lo que habían visto, hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Ellos guardaron esto en secreto, pero discutían entre sí qué querría decir eso de ‘resucitar de entre los muertos’.
-PALABRAS DEL SANTO PADRE:
La Transfiguración de Cristo nos muestra la prospectiva cristiana del sufrimiento. No es un sadomasoquismo el sufrimiento: es un pasaje necesario pero transitorio. El punto de llegada al que estamos llamados es luminoso como el rostro de Cristo transfigurado: en Él está la salvación, la beatitud, la luz, el amor de Dios sin límites. Mostrando así su gloria, Jesús nos asegura que la cruz, las pruebas, las dificultades con las que nos enfrentamos tienen su solución y quedan superadas en la Pascua. Por ello, en esta Cuaresma, subamos también al monte con Jesús. ¿Pero en qué modo? Con la oración. Subamos al monte con la oración: la oración silenciosa, la oración del corazón, la oración siempre buscando al Señor.
Permanezcamos algún momento en recogimiento, cada día un poquito, fijemos la mirada interior en su rostro y dejemos que su luz nos invada y se irradie en nuestra vida. ÁNGELUS 17 de marzo de 2019
Vía @vaticannews

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